lunes, 5 de diciembre de 2011

El mundo celebra el Día del Médico




Muchos países latino americanos celebran el Dia del Médico en el aniversario del nacimiento del Dr. Finlay. El hecho de que su trabajo investigativo, llevado a cabo hace casi un siglo tenga vigencia hoy, pone a este científico en una categoría a la que pocos llegan: la categoría de aquellos reconocidos como modelo de futuras generaciones.

Todavía a principios de siglo, en lugares como Darién y Memphis, Sao Paulo y Río de Janeiro, La Habana y Veracruz, era común toparse con banderas amarillas ondeando en las azoteas de las casas y edificios. Había en ellas un mensaje implícito que comprendían incluso los niños analfabetos de las ciudades de los trópicos: era una señal de cuarentena que se desplegaba para avisar a la gente que no se acercara a los lugares devastados por la fiebre amarilla, por el tan temido "vómito negro". Por fortuna, entrado el siglo XX, ese mensaje ya no tuvo razón de ser. La etiología de la fiebre amarilla se descubrió a principios de siglo y muy pronto pudieron diseñarse medidas sanitarias para combatirla. En ese apasionante capítulo de la historia de la lucha contra las enfermedades tropicales, Carlos Finlay jugó un papel central. Sin él, así como sin Patrick Manson, la teoría de la transmisión de enfermedades por insectos hubiera tardado años en desarrollarse. Carlos J. Finlay nació en Puerto Príncipe (hoy Camagüey), Cuba, el 3 de diciembre de 1833, en el "año del cólera", cuando la isla fue asolada por una de las peores epidemias de su historia sanitaria.(1) Su padre, Edward Finlay, fue un médico 
escocés que dejó Inglaterra a principios de la década de 1820 para unirse a una fuerza expedicionaria británica que tenía intenciones de colaborar con Simón Bolívar en la liberación de Venezuela. Por desgracia, el buque en el que viajaba naufragó y Edward Finlay terminó en Puerto España, Trinidad, en donde decidió montar su práctica como médico y conoció a Eliza de Barrés.(2) Con ella se casó y a los pocos años se mudaron a Puerto Príncipe, en donde nació Carlos, el primero de sus hijos. Finlay recibió su educación elemental en Le Havre y su entrenamiento médico en Rouen y más tarde en Filadelfia, en donde tuvo como maestro a Kearsly Mitchell, uno de los pioneros de la teoría de los gérmenes como agentes patógenos. En 1857, estableció su práctica médica en La Habana. Sus contemporáneos cuentan que ya desde entonces se mostraba preocupado por descubrir el origen de la fiebre amarilla, a pesar de haberse especializado en cirugía oftálmica. Y no era de extrañar. Finlay cultivó un intelecto sumamente inquieto y penetrante. Dentro de la medicina abordó temas de lo más variados -anestesia, cáncer, cataratas, cólera, corea, sarampión, septicemia, tétanos-, y fuera de ella se comportó también como un espíritu apasionado, dedicándose a la filología, la
cosmología y las matemáticas avanzadas.(2) Durante años Finlay atribuyó la alta incidencia de fiebre amarilla en La Habana a la alcalinidad del aire, y en numerosos trabajos presentados en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y en la Sociedad de Estudios Clínicos trató de demostrar su teoría y hacerse del apoyo de sus colegas. Esta hipótesis, sin embargo, la abandonó con el paso de los años, al parecer sin dejar explicación alguna. No obstante, empeñoso como era, continuó con sus estudios, y a principios de 1881, como delegado especial de Cuba ante la Conferencia Sanitaria Internacional que se celebró en Washington, D.C., habló sobre la fiebre amarilla. No dijo nada sobre el papel de los mosquitos en la transmisión de la enfermedad, pero sí de uno de los requisitos para su diseminación: "la presencia de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo".(3) Eso fue en febrero de 1881. En agosto de ese mismo año, Finlay recibió autorización para experimentar con seres humanos y comenzó a exponer a personas susceptibles a mosquitos que habían picado a enfermos de fiebre amarilla, siempre teniendo el cuidado de exponerlos en fases del ciclo de la infección en el vector que él suponía darían origen a formas leves de la enfermedad. Los resultados fueron alentadores, y en agosto de 1881, frente a la Academia de Ciencias, presentó por vez primera su memorable teoría sobre la transmisión de la fiebre amarilla por un mosquito: el mosquito Culex o Stegomyia, como entonces se le llamaba al Aedes aegypti. En ese trabajo Finlay afirmó que eran necesarias tres condiciones para la propagación de la enfermedad: "1) la existencia de un enfermo de fiebre amarilla, en cuyos capilares el mosquito puede clavar sus lancetas e impregnarlas de partículas virulentas, en el periodo adecuado de la enfermedad; 2) la prolongación de la vida del mosquito entre la picada hecha en el enfermo y la que deba producir la enfermedad, y 3) la coincidencia de que sea un sujeto apto para contraer la enfermedad alguno de los que el mismo mosquito vaya a picar después".(4) Finlay nunca dejó de acumular información adicional que pudiera confirmar su hipótesis. Estudió el comportamiento del mosquito, su anatomía y sus hábitos de alimentación en diversas condiciones de temperatura y presión atmosférica, así como su distribución geográfica.(5) Sin embargo, siempre se topó con la incredulidad de la comunidad médica. Además, a finales del siglo estaba en boga la teoría de Giuseppe Sanarelli, según la cual la fiebre amarilla se adquiría a través del contacto de un sujeto susceptible con el Bacillus icteroides, con el aparato respiratorio como vía de entrada.(6) No fue sino hasta el año de 1900, ya publicada la monografía de Walter Ross sobre la transmisión del paludismo por el mosquito anofeles, que Finlay pudo demostrar la veracidad de sus ideas. En ese año llegó a Cuba una representación de la Comisión Médica del Ejército de Estados Unidos, encabezada por Walter Reed y enviada por el conocido bacteriólogo George Steinberg, amigo personal de Finlay.(7) Reed diseñó una serie de experimentos cuidadosamente controlados que se llevaron a cabo en las instalaciones del Quemados de Marianao, una finca de descanso de un grupo de jesuitas, hoy conocida como Campo Lazear.(8) Siete voluntarios no inmunes durmieron durante 20 noches seguidas con las sábanas, la ropa y las secreciones pestilentes de varios enfermos de fiebre amarilla. Ninguno contrajo la enfermedad. Otros dos voluntarios no inmunes durmieron durante 18 noches en un edificio con mosquitos infectados, protegidos contra los insectos con mallas de alambre, y ninguno se enfermó. Por último, un voluntario fue expuesto durante tres días consecutivos a mosquitos infectados y al cuarto día presentó un caso inconfundible de fiebre amarilla.(9) Los resultados de este estudio epidemiológico los presentó Walter Reed en la Conferencia Sanitaria Panamericana de ese año que se realizó en La Habana y fueron recibidos con enorme entusiasmo. El trabajo de Carlos J. Finlay "El mosquito, hipotéticamente considerado como el agente transmisor de la fiebre amarilla", es un clásico de la salud pública y se publicó por vez primera en 1881 en los Anales de la Real Academia de Ciencias de La Habana.

AUTOR: Octavio Gómez-Dantés, M.C., M.S.P.
*Unidad de Estudios Internacionales en Salud Pública, Instituto Nacional de Salud Pública, Cuernavaca, México.

 


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